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La biblioteca salvaje

LA BIBLIOTECA SALVAJE

En: Eduardo Halfon. Biblioteca bizarra. Madrid: Jekyll & Jill Editores, 2014


Prefiero los libros de viejo. Me gustan precisamente por el aire de imperfección y misterio que los envuelve: las páginas manchadas o dobladas por los dedos de otro; las frases subrayadas o párrafos marcados en amarillo que le dijeron algo a alguien más; las curiosas anotaciones y reflexiones en los márgenes; la eventual dedicatoria en la primera página, a veces enigmática, a veces absurda, a veces del mismo autor. Decía Virginia Woolf que los libros de viejo son libros salvajes, libros sin casa, y tienen un encanto del que carecen los volúmenes domesticados de una biblioteca.

César Sánchez, amigo, editor y también coleccionista de libros usados, se vanagloria de un ejemplar que compró en una librería de viejo, a finales de los años noventa: Cielos e inviernos, del poeta español Ramón Irigoyen. Un libro publicado por Hiperión, cuando Hiperión, se jacta mi amigo, aún publicaba en offset mate sin plastificar. En la primera página, Irigoyen escribió: “A Manuel Vicent, por tantas horas de lectura dichosa”. La dedicatoria al famoso escritor Manuel Vicent le había pasado inadvertida al vendedor de Madrid —me explica César Sánchez con una expresión de cazador en el rostro y su hermosa presa en las manos—: porque el libro estaba intonso.

A otro amigo, Raúl Eguizábal, le gusta buscar libros de viejo los domingos en la mañana, en el Rastro de Madrid. Allí, un domingo, descubrió una edición antigua de la novela Un adolescente, de Dostoievski. Me contó Eguizábal que no se decidía a comprarla porque el vendedor solo tenía el primero de dos tomos, pero que la decisión se le hizo muy fácil al descubrir que adentro, en la portada interior del libro, estaba la firma del gran poeta español Vicente Aleixandre, y abajo, en su misma letra, el año 1928. No sé si tendrá algo que ver, me dijo Eguizábal en su casa de Madrid, pero ese libro de Dostoievski me recordó a un poema de Aleixandre titulado “Adolescencia”, el único poema que Aleixandre se sabía de memoria de todos los que escribió. Luego, aún de pie mientras liaba hebras de tabaco, Eguizábal me contó que aquel domingo, caminando unas horas más tarde en la cuesta de Moyano, encontró y compró el segundo tomo de la novela de Dostoievski.

(En la biblioteca de Eguizábal, en medio y enfrente de tantos libros, abundan los antiguos afiches y carteles publicitarios, la mayoría también encontrados los domingos por la mañana en el Rastro. De toda su colección, mi favorito es un calendario del jabón facial marca John H. Woodbury —pronúnciese udbery, recomienda abajo, en mayúsculas—, pero es mi favorito no por el calendario en sí, sino por el texto escrito a mano, en una letra perfectamente legible, en la parte trasera. Dice así: “Ángel apostó 50 pesetas que tarda la guerra en terminar por lo menos seis meses; o sea, hasta fin de abril no se termina. Yo aposté 5 pesetas a que se termina antes de los seis meses. Hoy 1 de noviembre 1937”. Eguizábal, al mostrármelo, acotó: Los dos perdieron, todos perdimos.).

Cuando visité la casa de un reconocido editor en Valencia, él me enseñó un antiguo libro de poemas de Rainer Maria Rilke titulado Duineser Elegien, en alemán, Elegías de Duino, en español. Una primera edición, creo recordar. Cuando el editor lo compró (por un precio bastante módico, me dijo) en una librería de viejo de Berlín, el libro no tenía dedicatoria alguna. Pero luego, con el paso del tiempo, en la primera página de aquel libro antiguo fue surgiendo (aflorando, me dijo) el autógrafo, oscuro pero legible, del mismo Rilke. Como por arte de magia. O como firmado un siglo tarde por el fantasma de Rilke. O como si Rilke lo hubiese firmado con una tinta invisible, activada por el paso del tiempo o por el roce de los dedos de un editor o acaso por la húmeda y cítrica brisa valenciana.

Mantengo cerca —a veces sobre mi mesa de trabajo, a veces sobre mi mesa de noche— un gastado libro color púrpura que me obsequió un librero de viejo que a ratos también es rabino: Encuentro en Praga, de Juan Gómez Saavedra, II Premio Alfambra. Ni idea quién es Juan Gómez Saavedra, y jamás he leído su cuento “Encuentro en Praga”. Pero en la parte inferior de la cubierta, justo debajo de una fotografía redonda y borrosa del rostro de Kafka, dice en pequeñas letras negras: “Con cuentos de Antonio Di Benedetto, Ricardo Orozco, Roberto Bolaño, Carlos Pérez Merinero y Margarita Martínez Blanco”. Al final del libro, en la última página ya amarillenta por el paso de los años, el índice explica que, en aquel certamen literario de 1983, Antonio di Benedetto ganó el primer accésit con su cuento “Intensa mirada filial”, y Roberto Bolaño el tercer accésit con su cuento “El contorno del ojo”. Y es que aquel certamen literario provinciano fue el detonante o el punto de partida para el cuento magistral “Sensini”, de Bolaño, en el cual un joven escritor exilado en las afueras de Girona llamado Arturo Belano (Bolaño) establece contacto epistolar con el gran escritor argentino Luis Antonio Sensini (Di Benedetto), tras recibir en el correo postal aquel libro color púrpura (este libro color púrpura) y descubrir que ahí, entre los demás finalistas, también está el cuento de uno de los más grandes escritores latinoamericanos. Años después, desde su casa en Blanes, Bolaño dijo del cuento: “Como muchos otros latinoamericanos, participábamos para ganar dinero y supongo que aceptábamos estoicamente las reglas. Para mí fue una época casi feliz. Lo monstruoso era que Di Benedetto ya era, digamos, un clásico de nuestras letras (Zama es una de las novelas más notables que he leído), y ahí estaba, batiéndose el cobre como los más jóvenes. Que participara de aquellos concursos de provincia era como una bomba de relojería. Se puede argüir que todo, en la realidad, es como una bomba de relojería. Pero esas bombas no suelen explotar. Y las vidas de los escritores, en cambio, sí que explotan”.

A veces, cuando mis palabras se estancan, cuando pierdo la fe en la ficción, que es a menudo, alcanzo el viejo y gastado libro color púrpura y lo sostengo en mis manos durante un rato y todo vuelve a hacerme sentido.

¿Es posible revender un libro electrónico?

 

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Si compras un libro físico, puedes venderlo a otra persona después, esa es la base del mercado de libros de segunda mano, y es algo que la gente ha dado por sentado durante generaciones. Entonces, ¿puedes hacer lo mismo con los libros electrónicos? No, según el más alto tribunal europeo, que emitió un fallo que podría tener implicaciones no sólo para la industria del libro, sino también para los sectores del cine digital, los juegos y la música.

En la sentencia Nederlands Uitgeversverbond y Groep Algemene Uitgevers (C-263/18), dictada el 19 de diciembre de 2019, la Gran Sala del Tribunal dictaminó que la puesta a disposición del público mediante la descarga, para su uso permanente, de un libro electrónico está comprendida en el concepto de «comunicación al público» en el sentido de la Directiva 2001/29 sobre el derecho de autor.

Nederlands Uitgeversverbond («NUV») y Groep Algemene Uitgevers («GAU»), dos asociaciones cuya finalidad es defender los intereses de los editores neerlandeses, solicitaron al Tribunal de Distrito de La Haya, Países Bajos un mandamiento judicial por el que se prohibía, entre otras cosas, que Tom Kabinet pusiera libros electrónicos a disposición de los miembros del «club de lectura» creado por esa empresa en su sitio web o que reprodujera esos libros. NUV y GAU afirman que esas actividades infringen los derechos de autor de sus afiliados sobre esos libros electrónicos. Sostienen que, al ofrecer libros electrónicos «de segunda mano» a la venta en el contexto de ese club de lectura, Tom Kabinet está haciendo una comunicación no autorizada de esos libros al público. No obstante, Tom Kabinet sostiene que esas actividades están amparadas por el derecho de distribución que, en virtud de la Directiva 2001/29, está sujeto a una norma de agotamiento si el objeto en cuestión -en este caso, los libros electrónicos- ha sido vendido en la Unión Europea por el titular del derecho o con su consentimiento. Esta norma significaría que, como consecuencia de la venta de los libros electrónicos en cuestión, NUV y GAU ya no tendrían el derecho exclusivo de autorizar o prohibir la distribución de esos libros electrónicos al público.

El Tribunal consideró que el suministro mediante descarga, para uso permanente, de un libro electrónico no está comprendido en el derecho de «distribución al público» previsto en el artículo 4, apartado 1, de la Directiva 2001/29, pero sí en el derecho de «comunicación al público» previsto en el artículo 3, apartado 1, de dicha Directiva, en cuyo caso se excluye el agotamiento en virtud del apartado 3 de dicho artículo.

En apoyo de esta constatación, el Tribunal concluyó, en particular, a partir del Tratado de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) sobre el Derecho de Autor en el que se basa dicha Directiva, y de los trabajos preparatorios de la Directiva, que el legislador comunitario había previsto que dicha norma de agotamiento se reservara a la distribución de objetos materiales, como los libros en un soporte material. En cambio, la aplicación de esa norma de agotamiento a los libros electrónicos podría afectar a los intereses de los titulares de derechos en obtener una recompensa adecuada mucho más que en el caso de los libros en un soporte material, ya que las copias digitales desmaterializadas de los libros electrónicos no se deterioran con el uso y, por lo tanto, son sustitutos perfectos de las copias nuevas en cualquier mercado de segunda mano.

En lo que respecta más concretamente al concepto de «comunicación al público», el Tribunal indicó que debe entenderse en un sentido amplio que abarca toda comunicación al público no presente en el lugar donde se origina la comunicación y, por lo tanto, toda transmisión o retransmisión de este tipo de una obra al público por medios alámbricos o inalámbricos. Este concepto implica dos criterios acumulativos, a saber, el acto de comunicación de una obra y la comunicación de esa obra al público.

En cuanto al primer criterio, de la exposición de motivos de la propuesta de Directiva 2001/29 se desprende que «el acto crítico es la «puesta a disposición del público de la obra», es decir, el ofrecimiento [de] una obra en un sitio accesible al público, que precede a la etapa de su «transmisión a la carta» efectiva», y que «no es relevante si una persona la ha recuperado efectivamente o no». Así pues, según el Tribunal, la puesta a disposición de las obras en cuestión a cualquier persona que esté registrada en el sitio web del club de lectura debe considerarse una «comunicación» de una obra, independientemente de que la persona interesada aproveche esa oportunidad recuperando realmente el libro electrónico de ese sitio web.

En lo que respecta al segundo criterio, hay que tener en cuenta no sólo el número de personas que pueden acceder a la misma obra al mismo tiempo, sino también cuántas de ellas pueden acceder a ella sucesivamente. En el presente caso, según el Tribunal, el número de personas que pueden acceder, al mismo tiempo o sucesivamente, a la misma obra a través de la plataforma del club de lectura es considerable. Por consiguiente, a reserva de la verificación por el tribunal remitente teniendo en cuenta toda la información pertinente, debe considerarse que la obra en cuestión se ha comunicado al público.

El Tribunal también sostuvo que, para que pueda calificarse de comunicación al público, una obra protegida debe comunicarse por medios técnicos específicos, diferentes de los utilizados anteriormente o, en su defecto, a un nuevo público, es decir, a un público que no haya sido tenido ya en cuenta por los titulares de los derechos de autor cuando autorizaron la comunicación inicial de su obra al público.

 

 

 

Amazon intenta revender ebooks de segunda mano a otros

 

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La oferta de Amazon de ofrecer a sus clientes la posibilidad de gestionar sus derechos para vender ebooks de segunda mano añade otra capa de complejidad a un mundo en el que las certezas de la cultura de la imprenta se están disolviendo. El mundo digital intenta emular aquellos usos más arraigados entre los lectores de libros que existían en el mundo analógico, como el hecho de prestar un libro a un amigo, o en este caso poder revender los contenidos de un libro que ya no nos interesa a otra persona. Si se tiene un libro físico se puede llevar a una tienda de libros usados, mientras que en el caso de un libro electrónico hasta ahora esto no era posible, ya que al no ser un objeto físico no teníamos la propiedad del mismo, si no una licencia de acceso al contenido emitida por  parte del proveedor de contenidos.

No se trata de un echo absolutamente novedoso, un servicio llamado ReDigi, que ha existe desde octubre de 2011, permite vender (es decir, transferir) las licencias de compra de música de iTunes a terceros. Esencialmente, el software de Amazon funcionará de manera similar – la transferencia del DRM de un objeto digital de un usuario a otro, presumiblemente, a un costo reducido, de modo que lo que los usuarios están vendiendo es la licencia, no el contenido. Se trata de un mercado que cuenta con un vendedor y comprador a través de un mecanismo que permite “copiar y borrar”, en el que un usuario vende una “copia” de un bien digital a otro usuario mientras el comprador y el vendedor poseen simultáneamente la copia (aunque sólo sea por un instante en el tiempo), y luego posteriormente la copia del vendedor queda eliminada.

Amazon ha obtenido una patente para la tecnología que permitirá un “mercado electrónico para objetos digitales usados”, donde “cuando el usuario ya no desea tener  el derecho a acceder a los contenidos digitales que hasta ahora utiliza, puede vender el contenido digital al almacén de datos de otro usuario, de esta manera el libro desaparece del dispositivo y almacén de datos del vendedor. La posibilidad de que los ebooks pueden ser vendidos como bienes de segunda mano se convierte en un recordatorio de las enormes posibilidades que tiene  la intangibilidad del producto digital.  Este hecho es un caso más, ya que estamos en un mundo donde los números de página – si es que existen – no se correlacionan de un dispositivo a otro, donde el texto digital se puede actualizar con un toque de un botón, donde los ebooks que poseemos pueden desaparecer sin que nos diga. Esto es algo que se está convirtiendo en un verdadero problema, especialmente para los investigadores, pues cuando citan un libro en versión digital, a menudo no pueden citar las páginas exactas. A lo que se añade la facilidad con la que ahora es posible realizar cambios en publicaciones en línea, cualquier autor o editor puede entrar al contenido de su obra -especialmente aquellas autoeditadas- y corregir errores, eliminar un párrafo o realizar actualizaciones. Si antes había dificultades con aquello que se podría considerar un texto definitivo con el desplazamiento que conlleva el formato digital estás se multiplican y el problema se agrava; ya que el libro impreso significaba que era un producto terminado, y si se quería hacer una actualización daba lugar a una reimpresión o a una segunda edición; sin embargo un libro electrónico puede dar lugar a sucesivas revisiones del mismo producto. Si bien los editores son muy conscientes de la integridad de un libro publicado y en rara ocasión realizan cambios, ya que esto también puede tener consecuencias negativas para sus modelos de negocio.

En el caso de Amazon si hay una nueva versión de un libro que está disponible, se notifica al cliente si desea una actualización, pudiendo descargarla de forma automática manteniendo las anotaciones que haya realizado sobre la versión anterior.

El primer problema obvio del mercado ebook de segunda mano es que el archivo de segunda mano es exactamente el mismo que el archivo nuevo. A diferencia de un libro físico, no hay riesgo de que la copia puede tener deterioros o puede perderse una página. Debido a que los ebooks no se deterioran, no hay ningún incentivo para que el comprador busque un libro electrónico nuevo, y especialmente cuando puede conseguir el mismo ebook de segunda mano con un importante  descuento. Esto significa que los ebooks de segunda mano muy probablemente canibalizarían las ventas de los nuevos libros electrónicos, y probablemente en mayor medida que la piratería, ya que sería legal, fácil y sin ninguna repercusión emocional negativa porque no hubo ninguna transgresión.

La cuestión clave en este sentido es cómo equilibrar los derechos de los consumidores con el simple hecho de mantener los ingresos de editores y creadores. En cada cambio en la tecnología hay algunos aspectos positivos y negativos, la cuestión es como compaginar los intereses de unos y de otros .