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Los tres incendios de la biblioteca de Alejandría

«Tenía nueve años cuando me enteré de los tres incendios de la biblioteca de Alejandría y me eché a llorar».

Ray Bradbury

National Geographic «La Biblioteca de Alejandría, la destrucción del gran centro del saber de la Antigüedad», 6 de noviembre de 2014.

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La biblioteca, o parte de su fondo, fue incendiada accidentalmente por Julio César en el año 48 a. C., durante la segunda guerra civil de la República romana, pero no está claro en qué medida fue realmente destruida, ya que las fuentes indican que sobrevivió o fue reconstruida poco después.

Quienes incendia bibliotecas

«Convéncete de una vez: no hay persona, familia, linaje, nación, doctrina ni Estado que no funden sus pretensiones de legitimidad en una flagrante impostura. Quienes incendian bibliotecas a fin de borrar huellas molestas ignoran que los manuscritos quemados eran también espurios. El mayor enemigo de la mentira no es la verdad: es otra mentira. El letrista que te escribió lo hizo a sabiendas de que no existías.»

Juan Goytisolo «Telón de boca»

Memoria recuperada: rescate de los libros quemados de la Biblioteca Nacional

Memoria recuperada: rescate de los libros quemados de la Biblioteca Nacional. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2017

Texto completo

Catálogo de la exposición bibliográfica Memoria Recuperada. Rescate de los libros quemados de la Biblioteca Nacional del Perú. El 10 de mayo de 1943 una tragedia enlutó la historia cultural del Perú: la biblioteca que reconstruyera Ricardo Palma quedó reducida a cenizas, perdiéndose miles de documentos, impresos y manuscritos de valor incalculable, joyas de la cultura universal y peruana que albergaban los desaparecidos salones América y Europa. Se rescató material de entre los restos del incendio, el mismo que se conservó en bóvedas esperando su recuperación. Después de la inauguración del nuevo local de la Biblioteca Nacional del Perú en San Borja, este patrimonio se trasladó a depósitos especialmente diseñados para material sensible y en estado delicado. A principios de 2015, se dio inicio al piloto de inventario y catalogación de los documentos quemados. Ese mismo año, a través de un convenio suscrito entre la Biblioteca Nacional y la Oficina de la Unesco en Lima, se reforzaron los trabajos de investigación y establecimiento del valor histórico, cultural y material de lo conservado durante más de siete décadas. El proyecto de Recuperación del Patrimonio Bibliográfico Documental del incendio de 1943 en la Biblioteca Nacional del Perú ha permitido la identificación de obras originales manuscritas de Ricardo Palma —que se creían perdidas—, incunables peruanos y extranjeros, manuscritos únicos, grabados, atlas europeos de los siglos XVI al XVIII, y periódicos del siglo XIX, entre obras literarias e históricas de gran valor que posibilitarán el rescate de una parte de la memoria cultural del país que se estimada desaparecida.

Alejandro Neyra Sánchez

Director Nacional de la Biblioteca Nacional del Perú

Destrucción de bibliotecas. Planeta Biblioteca 2020/09/21.

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Junto al robo y sustracción de libros y otros materiales de biblioteca.s, y muy en sintonía con ello está el tema ominoso de la destrucción de libros y bibliotecas. La otra forma de desaparición del libro, e incluso del ostracismo del autor es la censura. Si bien hay otra forma de destrucción de bibliotecas que no convoca fuego alguno, su manera de destrucción es más sutil y llega en forma de reducción de presupuestos, privatizaciones o falta de atención a los servicios culturales.

Textos pertenecientes al libro:

Julio Alonso Arevalo. Los libros, la lectura y los lectores a través de la literatura y las artes. Buenos Aires : Alfagrama Ediciones, 2019

Disponible en España en Canoa Libros

El incendio de la biblioteca, el incendio de un sueño

 

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El 29 de abril de 1986 se incendió el depósito de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, la tercera más grande de Estados Unidos.

El incendio de un sueño

Charles Bukowski

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruída por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.

yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.

tenía más problemas con
Hegel y con Kant.

lo que más me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

descubrí dos cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b)que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

la vieja Biblioteca de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la bilioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quién estás
casado.

bueno, yo no era realmente un
vagabundo, yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el límite de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Túrgenev, Gorki,
H.D., Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: «qué buen gusto tiene usted,
joven».

pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

James Thurber
John Fante
Rabelais
de Maupassant

algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate.

la vieja biblioteca de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero
o un motorista de la policía.
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella bilioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

Los teólogos, de J. L. Borges

 

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«Arrasado el jardín, profanados los cálices y las aras, entraron a caballo los hunos en la biblioteca monástica y rompieron los libros incomprensibles y los vituperaron y los quemaron, acaso temerosos de que las letras encubrieran blasfemias contra su dios, que era una cimitarra de hierro. Ardieron palimpsestos y códices, pero en el corazón de la hoguera, entre la ceniza, perduró casi intacto el libro duodécimo de la Civitas Dei, que narra que Platón enseñó en Atenas que, al cabo de los siglos, todas las cosas recuperarán su estado anterior, y él, en Atenas, ante el mismo auditorio, de nuevo enseñará esa doctrina.»

Los teólogos, de J. L. Borges

 

Quema de libros y libros prohibidos a lo largo de la historia

 

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Quema de libros y libros prohibidos en la historia

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La quema de libros es la práctica, generalmente promovida por autoridades políticas o religiosas, de destruir libros u otro material escrito; está vinculada al fanatismo ideológico y suele acompañar muchos conflictos bélicos. La práctica generalmente es pública y está motivada por objeciones morales, políticas o religiosas al material publicado. En tiempos modernos, otras formas de almacenamiento de información, como grabaciones, discos de vinilo, CD, DVD, videocasetes y páginas de Internet, se han incluido dentro de esta práctica.

La quema o incautación de libros es una ejecución pública que se justifica con objeciones morales, políticas o religiosas al material publicado. En toda tiranía y dictadura existente, la quema de libros ha eliminado las evidencias de una historia, un pasado, o un pensamiento. Lo sorprendente es que en las democracias siga haciéndose… o quizá sea que… Toda persona tiene la libertad de buscar, recibir y difundir aquellas informaciones e ideas «que las autoridades le permitan conocer».

 

La biblioteca en llamas: Historia de un millón de libros quemados y del hombre que encendió la cerilla

 

 

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Orlean, Susan Traducción de Juan Trejo “La biblioteca en llamas: Historia de un millón de libros quemados y del hombre que encendió la cerilla” Temas de Hoy, 2019. ISBN: 978-84-9998-722-4

Primeras páginas

FRAGMENTO

Incluso en una ciudad como Los Ángeles, donde no escasean los peinados estrambóticos, Harry Peak llamaba la atención. «Era muy rubio. Muy muy rubio», me dijo su abogada mientras se pasaba la mano por la frente intentando hacer una ridícula imitación del flequillo en forma de cascada de Peak. «Tenía mucho pelo. Y de lo que no cabe duda es de que era muy rubio.» Uno de los investigadores de incendios a quienes entrevisté describió a Peak entrando en la sala del juzgado «con aquella cabellera suya», como si su pelo tuviese vida propia.

Para Harry Peak Jr., que notasen su presencia era un asunto de vital importancia. Nació en 1959 y creció en Santa Fe Springs, un pueblo en la zona más llana del valle, a una hora  de distancia de Los Ángeles, hacia el sudeste, incrustado entre los cerros parduzcos de Santa Rosa Hills y envuelto por una amenazante sensación de monotonía. Santa Fe Springs era entonces un lugar asentado en la comodidad y la calma que conlleva la resignación; Harry, sin embargo, anhelaba destacar. Siendo niño había sido un poco gamberro, había cometido delitos menores y llevado a cabo algunas trastadas que, por lo visto, habían hecho las delicias de la gente que lo conocía. Gustaba a las chicas. Era encantador, divertido, temerario y tenía hoyuelos en las mejillas. Podía hablar con cualquier persona de cualquier cosa. Se le daba muy bien inventarse historias. Era un cuentista, sabía mantener la atención de sus oyentes y sus mentiras eran siempre de primera; tenía especial habilidad a la hora de maquillar los acontecimientos para que su vida pareciese menos simple y mezquina. En opinión de su hermana, era el mayor trolero del mundo, tan dado a contar bulos y a inventarse cosas que ni siquiera en su familia le creían.

Si al hecho de vivir cerca de Hollywood y al constante canto de sirenas que ello suponía le sumamos su tendencia a la fabulación, resultaba casi predecible que Harry Peak decidiese ser actor. Tras acabar el bachillerato y cumplir el servicio militar, Harry se trasladó a Los Ángeles y empezó a perseguir sus sueños. En sus conversaciones solía dejar caer la frase: «Cuando sea una estrella de cine». Decía siempre «cuando», no «si llego a ser». Para él se trataba de un hecho consumado más que de una especulación.

Aunque nadie llegó a verlo nunca en ninguna película ni serie de televisión, su familia estaba convencida de que, durante el tiempo que pasó en Hollywood, Harry dio la impresión de tener un futuro prometedor. Su padre me dijo que estaba convencido de que Harry había trabajado en una serie de médicos, tal vez en Hospital General, y que consiguió un papel en la película El juicio de Billy Jack. En IMDb, la mayor base de datos de cine y televisión del mundo, es posible encontrar a un Barry Peak, a un Parry Peak, a un Harry Peacock, a un Barry Pearl, incluso a un Harry Peak de Plymouth, Inglaterra, pero no hay nadie que aparezca como Harry Peak Jr. de Los Ángeles. Por lo que yo he llegado a saber, la única ocasión en la que Harry Peak apareció en la televisión fue en el noticiario de una cadena local en 1987, cuando lo arrestaron acusado de haber provocado el incendio de la Biblioteca Central de Los Ángeles, en la que ardieron casi medio millón de libros y otros setecientos mil resultaron dañados. Fue uno de los mayores incendios en la historia de la ciudad, y sin duda el mayor incendio de una biblioteca en la historia de Estados Unidos.

La Biblioteca Central, diseñada por el arquitecto Bertram Goodhue e inaugurada en 1926, está situada en el centro de Los Ángeles, en la esquina de la calle Quinta con Flower, aprovechando la pendiente de un cerro conocido antaño como Normal Hill. Dicho cerro era originariamente más alto, pero cuando se decidió que iba a ser allí donde se ubicaría la biblioteca, la cima fue allanada para que resultase más fácil su construcción. En la época en la que se abrió la biblioteca, esa parte del centro de Los Ángeles era un ajetreado vecindario plagado de macizas casas de madera estilo victoriano que pendían de los flancos de Normal Hill. Hoy en día esas casas ya no existen y el vecindario al completo está formado por adustas y oscuras torres de oficinas, pegadas unas a otras, que vierten sus franjas de sombra sobre lo que queda del cerro. La Biblioteca Central ocupa toda una manzana, pero solo tiene ocho plantas de altura, lo cual la hace parecer la suela del zapato de todas esas alargadas torres de oficinas. Aunque la horizontalidad que transmite hoy en día no debía apreciarse en absoluto en 1926, pues en aquel entonces era el punto más alto del barrio, habida cuenta de que en el centro de la ciudad imperaban los edificios de cuatro plantas de altura.

 

 

Bibliotecas en llamas. Cuando las clases populares cuestionan la sociología y la política

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Merklen, Denis. Bibliotecas en llamas. Cuando las clases populares cuestionan la sociología y la política. Buenos Aires: UNGS, 2016

Primeras páginas

 

El incendio de la biblioteca es un fenómeno relevante en sí. Una ruptura, un drama, un momento que marca una discontinuidad. El tiempo ya no será idéntico antes y después de la aparición nocturna de las llamas (sí, los incendios son siempre nocturnos). Su carácter excepcional se debe, al menos parcialmente, a esa forma espectacular. Y sobre todo, el hecho de que la protesta adopte la forma de un acontecimiento contribuye a que estos actos sean considerados como una forma de “violencia”. Perplejos frente a lo inexplicable, los bibliotecarios y las autoridades califican el incendio como un acto de “violencia”. La calificación misma de estos actos de protesta como “violentos” subraya una ruptura en el orden de cosas, ya que, en efecto, las llamas no son simplemente la expresión de la situación en los barrios, el resultado de la pobreza, del desempleo o del racismo –de hecho, en cuanto institución, las bibliotecas no son actores directos en esas problemáticas.

 

Denis Merklen continúa en este libro, a propósito de cierto resonante número de casos de incendios de bibliotecas ocurridos hace algunos años en los barrios populares de las afueras de París y de otras muchas ciudades de Francia, su tenaz e inteligente indagación sobre la vida y las representaciones de los sectores populares que habitan, de un lado y otro del Atlántico, las periferias de nuestras ciudades, al mismo tiempo que interroga los fundamentos últimos de nuestra existencia común y de nuestra civilización letrada. El trabajo colectivo de traducción y edición de este volumen corona un largo trayecto de estimulantes intercambios académicos entre los equipos de la Universidad Sorbonne Nouvelle, de París, y los de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

FRAGMENTOS:

Ya que suele recelarse de algún elemento recóndito de sacralidad en cualquier fuego, por más doméstico que sea (y precisamente en este caso pudo verse el principio creador de la comunidad primera), no parece adecuado dejar de comprender la atracción con que ese mimimum de sacralidad autorizaría para arrojar fuegos contra espacios que también reclaman su porción de sacralidad: bibliotecas, escuelas, catedrales, museos, grandes palacios, sacristías, locales políticos en tiempos de fuerte conflagración civil. No todos estos ámbitos portan insignias sacras, pero sí las bibliotecas. Tienen algo de las catedrales, pues el libro desde siempre es reconocido por sus misteriosos poderes: atraer al lector y no estar nunca inmune a la quema. Es como si el obispo de Canterbury estuviera afuera y no adentro del “Asesinato en la catedral”, según la extraordinaria visión de T. S. Eliot. En este caso, al revés, es el rey quien manda asesinarlo. Pero en el vigoroso estudio de Denis, es el Estado el que ocupa la posición interior (difunde la red bibliotecaria pública) resguardando la “sacristía”, pero no pretende tampoco ninguna sacralidad.

PREFACIO. El fuego, la letra y la palabra
Horacio González

 

Pocas personas saben que en Francia se queman bibliotecas, hecho que hasta hace muy poco ignoraban tanto el público como los especialistas. Hemos registrado el incendio de 75 bibliotecas entre 1996 y 2015, y sabemos que otras fueron atacadas desde inicios de los años ochenta. ¿Por qué se incendian bibliotecas? Se trata de un hecho lo  suficientemente enigmático como para que formulemos la pregunta con seriedad. La gravedad y relevancia del hecho amerita que propongamos también otra pregunta: ¿por qué nadie se interesó hasta ahora en estos incendios? El incendio de bibliotecas siempre desató polémicas, escandalizó a intelectuales, a mujeres y hombres de la cultura, generó reacciones de los políticos, despertó la curiosidad de periodistas e investigadores en ciencias sociales; ¿por qué se calla en Francia hoy en día, si este tipo de acontecimiento se repite desde hace treinta años?… Tomaremos estos ataques como mensajes de piedra y como imágenes de fuego que nos esclarecen, que nos dicen algo más sobre las bibliotecas y los barrios, sobre la relación íntima que liga a la institución y su público en su territorio.

En realidad, la biblioteca es un espacio clausurado por una serie de normas, entre ellas las que están inscriptas en su reglamento interno, que cierran su perímetro con el objeto de posibilitar su actividad. En este sentido, no puede ser un lugar abierto como una plaza o la vereda de una calle. Su régimen de regulación es a la vez más estricto y más preciso. Ahora bien, cabe formularse una pregunta. ¿Se puede considerar a la biblioteca como un espacio público, hablando con propiedad, es decir, en el sentido del espacio político de la democracia? La pregunta es pertinente, porque cierta confusión se presenta a partir del momento en que esas instalaciones son concebidas, a la vez en el pensamiento político contemporáneo y en el pensamiento profesional de los bibliotecarios, como un servicio público y como un espacio político cuyo objetivo es ofrecer a los ciudadanos herramientas para su integración social y para su formación política. Los libros, los discos, las películas, los periódicos están ahí, en el espacio de los barrios, para permitir que esos individuos y esas familias accedan a la cultura y dispongan de cierta cantidad de herramientas necesarias para la integración social (búsqueda de empleo, éxito escolar, educación familiar, métodos de lengua, actividades diversas). Pero las colecciones también están disponibles para permitir que cada uno explore y amplíe sus horizontes culturales, alimente su espíritu crítico, se informe, se forme, evolucione. La lectura, pero también la escucha de obras musicales o la observación de obras cinematográficas supuestamente están llenas de virtudes pedagógicas o informativas que el individuo de nuestras sociedades requiere para su desempeño social (para “tener éxito”) y para su actividad como hombre político. La República defiende su espacio y promueve su cultura al mismo tiempo que da posibilidades a los individuos de participar en su permanente redefinición. Todo lo cual la honra.

El problema viene de la presencia de las bibliotecas en esos territorios de los sectores populares que son los barrios. Porque nuestras sociedades no constituyen espacios abiertos y homogéneos donde cada individuo se pasearía en libertad. Ellas presentan más bien la forma de espacios profundamente divididos, y también espacios múltiples a veces incompatibles que se entrechocan, se yuxtaponen y se rechazan como placas tectónicas, con sacudidas más o menos periódicas y todo. Es a este marco al que la biblioteca es remitida a través de las agresiones que padece, a su papel de emblema, hasta de objeto sagrado del otro.

Las bibliotecas no son incendiadas simplemente porque son una institución más, porque
representan al Estado, porque se trata de edificios públicos vulnerables, presentes en ese lugar, en medio del barrio de pobres, migrantes y desempleados en el que estalla una revuelta. Las bibliotecas son atacadas como tales. Hay muchas cosas en juego en la relación de la biblioteca con el barrio, relaciones sociales entre el personal y los habitantes, así como el hecho de que la biblioteca, junto con la escuela, son las dos instituciones (públicas) que trabajan para favorecer la difusión de la cultura escrita en estos espacios.

Como sabemos, la institucionalización de la palabra escrita, que funciona como referencia objetiva de la cultura dominante, limita el acceso de las clases populares al mercado de trabajo y a la vida política. Se trata de una relación de dominación y de exclusión que se ha acentuado a lo largo de los últimos treinta años a raíz de la desvalorización de la mano de obra no calificada en el marco de la desindustrialización observada en Francia, en la que desapareció la mayor parte de las industrias que ocupaban mano de obra intensiva y poco calificada, donde el músculo ya no vale nada. … En primer lugar, el libro sigue siendo visto como el emblema del grupo de los “letrados”, a tal punto que, como veremos más adelante, representa algo del orden de lo sagrado –aquello que los incendios “mancillan”–. … En este contexto particularmente complejo, y en ciertos sentidos paradójico, las bibliotecas y la institución escolar son los santuarios de la cultura escrita

 

Biblioclastía: La destrucción de bibliotecas a lo largo de la historia

 

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Navarrete Caparrós, Adela. Biblioclastía: La destrucción de bibliotecas a lo largo de la historia Tapa blanda, 2018

 

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Podemos definir biblioclastía –también conocida como libricidio-, como la destrucción de libros y bibliotecas de forma intencionada, sistemática, deliberada y violenta, en un intento por aniquilar la memoria de un grupo que constituye una amenaza para otro que se presume superior. La Biblioteca Real de Asurbanipal, la Biblioteca Real de Alejandría, las bibliotecas alemanas y polacas durante la Segunda Guerra Mundial, a Nacionalna i Univerzitetska Biblioteka Bosne i Hercegovine -Biblioteca Nacional Universitaria de Bosnia-Herzegovina-… Estas son sólo algunas de las atrocidades que se han cometido contra bibliotecas a lo largo de la historia contra el conocimiento y el saber. Incendios, bombardeos, quemas… ¿Hasta donde puede llegar el deseo de algunos grupos o personas por eliminar la herencia cultural de otras?

La Biblioteca Real de Asurbanipal, la Biblioteca Real de Alejandría, las bibliotecas alemanas y polacas durante la Segunda Guerra Mundial, la Nacionalna i Univerzitetska Biblioteka Bosne i Hercegovine -Biblioteca Nacional Universitaria de Bosnia-Herzegovina-… Estas son sólo algunas de las atrocidades que se han cometido contra bibliotecas a lo largo de la historia, contra el conocimiento y el saber. Incendios, bombardeos, quemas… ¿Hasta donde puede llegar el deseo de algunos grupos o personas por eliminar la herencia cultural de otras?