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Los estereotipos bibliotecarios

Cada una de las cinco primeras imágenes representa un estereotipo clásico sobre los bibliotecarios: la «solterona», el «ejecutor», el «objeto sexual», el bibliotecario empollón y patético y la «enciclopedia andante». La última imagen muestra a los profesionales de la información como realmente son: gente corriente. Hombres y mujeres de todas las edades, etnias, orígenes y personalidades que han elegido una carrera en el campo de la información.

Libr 200: Librarian Stereotypes Meme

¿Quien leería sobre la sosegada y poco agitada vida y muerte de un empleado de la Biblioteca Municipal de Kawasaki?

 

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«En el tren hacia Sapporo me eche una siesta de unos treinta minutos y leí la biografía de Jack London que me había comprado en una librería cercana a la estación de Hakodate. Comparada con la azarosa vida de Jack London, mi vida era apacible como la de una ardilla que, encaramada en lo alto de un nogal, hiberna con una nuez por almohada en espera de la primavera. Al menos así me lo pareció durante un tiempo. ¿Quien leería sobre la sosegada y poco agitada vida y muerte de un empleado de la Biblioteca Municipal de Kawasaki? En definitiva: lo que buscamos es una compensación de lo que no tenemos».

 

Haruki Murakami. «Dance Dance Dance»

 

 

Cómo ordenar adecuadamente la biblioteca

 

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CAOS – Cómo ordenar adecuadamente la biblioteca

 

La biblioteca como colección también es garante de un orden, de la intervención del bibliotecario mediante los procesos técnicos de catalogación y clasificación que han configurado la práctica profesional a lo largo de la historia.

Cualquier ontología o clasificación conlleva un posicionamiento ideológico Clasificar y ordenar supone adscribir ideológicamente un concepto. En un sistema clasificatorio siempre existe un sustrato del valor que en un sistema de referencias otorgamos al concepto. Sistemas de clasificación como Dewey Decimal Classification o CDU tienen un posicionamiento occidentalista, etnocentrista y muy conservador, al igual que la clasificación utilizada en las bibliotecas soviéticas reflejaba los valores del marxismo.

Alberto Manguel se pregunta cómo ordenar este universo. La respuesta la mayoría de las veces es la más simple, es decir como sea más comprensible y accesible para las personas. Pero no siempre es así.

“Al entrar en una biblioteca, siempre me sorprende la forma en que ésta impone al lector, a través de su clasificación, una cierta visión del mundo.”

Manguel, Alberto. La Biblioteca De Noche. Madrid: Alianza Editorial, 2006.

 

En «Droles de bibliothéque …: le théme de la bibliothéque dans la literature et le cinéma» de Anne-Marie Chaintreau y Renée Lemaître destaca como la imagen social del bibliotecario viene marcada por los estereotipos de las bibliotecas polvorientas e inhóspitas del siglo XIX, en las que aparecen bibliotecarios raros y solitarios, algo neuróticos, y en cierta manera marginados de la sociedad. Aunque como ocurre casi siempre, es mucho más rica la descripción que han hecho los autores, casi siempre hombres- de las mujeres, las cuales son a menudo «diseñadas» como un rigor exquisito y profesional con una mezcla de distancia y seducción que les proporciona un encanto especial. El libro afirma que por lo general cuando se representa a un bibliotecario en la literatura o en el cine, se ensalzan más los defectos que las virtudes. Por lo general se trata de personas hostiles, que imponen sistemas de acceso complicados para ejercer su poder sobre los lectores.

En la obra de Eleanor Brown “Una casa llena de palabras”, la percepción de la bibliotecaria se nos presenta como entrañable, aunque también un tanto rigurosa. La señora Landrige también responde a otro canon muy común. El conocimiento de la biblioteca, hasta el punto que en la obra se le califica como “La campeona del sistema decimal de Dewey

 

“Con un golpe de cabeza indicó la zona de los libros que Bean acababa de recolocar. La señora Landrige se conocía la biblioteca de Barnwell con los ojos cerrados. Le podías preguntar cualquier cosa y ella escupía el número según la Clasificación Decimal de Dewey y señalaba con mano firme hacia el estante correspondiente. ¿Ritos de la pubertad? 390, al lado de los cubículos. ¿Las aventuras de Wilbur y Carlota? Literatura juvenil, junto al ventanal. ¿Fútbol? 796, a la izquierda de los surtidores de agua. Cuando éramos pequeñas, a veces intentábamos sorprenderla pensando en los temas más crípticos que pudiéramos, pero nunca ganábamos. La señora Landrige era la campeona del sistema decimal de Dewey”.

Brown, Eleanor. “Una casa llena de palabras”. Barcelona: Roca Editorial, 2012.

 

Los procesos técnicos también aparecen como la tarea central de la bibliotecaria de «Signatura 400” de Sophie Divry. Este libro alude precisamente al número 400, un número que se dejó sin contenido en la clasificación bibliográfica de Dewey, pero que anteriormente era el número dedicado a Literatura, quedando en la actualidad libre tanto en la Clasificación Decimal de Dewey como en la Clasificación Decimal Universal (CDU) para una posible aplicación futura de alguna ciencia nueva como informática. Este texto hace alusión a un tema que aún tiene mucho peso en muchos de los profesionales, los procesos técnicos, llevados al límite como la esencia de la profesión. La integridad de datos es importante, en mi humilde opinión no hay que olvidar que la catalogación no puede convertirse en un fin en sí mismo, ya que sólo es un medio para acceder a la información.

«Ni siquiera tiene nombre. Y es que nadie habla con ella, como no sea para pedir libros en préstamo. Su consuelo: las buenas lecturas y estar rodeada de seres incluso más tristes que ella. Se pasa los días ordenando, clasificando. No pensaba ser bibliotecaria, pero abandonó las oposiciones por un hombre. Ahora el amor le parece una pérdida de tiempo, un trastorno infantil en el mejor de los casos.»

Divry, Sophie. Signatura 400, Blackie Books, 2001

 

 

Uno de los episodios que mejor retrata este estereotipo es la novela Invisible de Paul Auster, no digo que este tipo de bibliotecario no exista, como las meigas “haberlos hailos”. En muchas de las bibliotecas estadounidenses se utiliza como personal auxiliar a voluntarios, o a personas de baja formación a las que se les exige simplemente que sepan alfabetizar y que conozcan las bases de la clasificación de Dewey para colocar los libros.

 

«Te hacen una prueba antes de contratarte. La bibliotecaria titular te entrega un montón de fichas, unas ochenta o cien, quizás, cada una con el título de un libro, el nombre del autor, el año de publicación, y un número del sistema de clasificación decimal de Dewey que indica el estante y lugar en donde debe colocarse. La bibliotecaria es una mujer ceñuda de unos sesenta años, una tal señorita Creer, y ya parece recelar de ti, decidida a no transigir un ápice. Como acaba de conocerte y no puede saber cómo eres, te imaginas que desconfía de toda la gente joven –por cuestión de principios– y por tanto lo que ve en ti cuando te mira no eres tú, sino un guerrillero más en la lucha contra la autoridad, un indómito rebelde que no tiene ningún derecho a irrumpir en el santuario de su biblioteca para pedir trabajo. Ésa es la época en que vives, en la que vivís los dos. Te da instrucciones para que ordenes las fichas, y notas cómo ansía que te equivoques, lo contenta que se pondría rechazando tu solicitud, y como tú quieres conseguir el trabajo con las mismas ganas que ella tiene de no dártelo, te aseguras de no fallar. Quince minutos después, le entregas las fichas. Se sienta y se pone a examinarlas, una por una, una detrás de otra, de la primera a la última, y cuando vas viendo cómo la escéptica expresión de su rostro se disuelve en una especie de confusión, comprendes que lo has hecho bien. El rostro glacial esboza una tenue sonrisa. Dice: Nadie llega a hacerlo a la perfección. Es la primera vez que lo veo en treinta años.»

Paul Auster “Invisible” Barcelona: Anagrama, 2010

 

A este respecto, y como profesional, a veces he escuchado sugerencias bien intencionadas, pero curiosas. En uno de mis primeros  trabajos como becario en una biblioteca me encontré la colección de revistas ordenada por el país donde fueron publicada; encontrar una revista en esta extraña biblioteca requería previamente saber el país de publicación, por lo que en mi categoría de recién allegado se me ocurrió sugerir la idea de ordenar la colección de revistas alfabéticamente como manda la práctica profesional, lo cual concitó que bajara a la biblioteca el director del departamento y expresará su enojo por, según su opinión, mancillar la memoria de un bien intencionado y celebérrimo investigador que había concebido aquel “orden”.

En otra ocasión un profesor me sugirió cambiar el orden de las estanterías, me decía que sería más adecuado ordenar la biblioteca de abajo hacia arriba; intentando razonar le comenté que ésta era la preferencia del siglo XIX, y que en algún tratado de la época se justificaba ese orden por el temor a que cayeran las estanterías por el peso. Pero que la lógica de colocación de la práctica profesional emulaba a como leemos una página; es decir de derecha a izquierda, y de arriba abajo. Entonces le pregunté el porqué de esta sugerencia, a lo que me contestó que era porque de esa manera los libros de su área de conocimiento estarían a su altura y no tendría que agacharse.

Esta tira de humor nos muestra la ordenación de la biblioteca. Concretamente la sección «Caos». Sin embargo muchos bibliotecarios siguen aún utilizando un sistema de clasificación aún más complejo que este, lleno de números que dan la vuelta al tejuelo de un lado a otro, cuando no con todo tipo de artificios, comillas, paréntesis… ese es el verdadero caos!! Los sistemas de clasificación sirven para ordenar la biblioteca, para agrupar los libros por categorías temáticas; no para individualizarla, ni para detallarla. Tengo conocimiento de una biblioteca que utiliza toda la artillería de la nueva CDU para literatura con todo tipo de elementos. Los auxiliares tienen una chuleta para poder buscar o colocar los libros. Auténticos profesionales del «Cuerpo de Dificultativvos de Bibliotecas«, cuya tarea es ser los dueños del secreto. Un auténtico CAOS.

 

La persistencia de los estereotipos en la profesión bibliotecaria

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 Woody Allen y Romy Schneider en la escena de la biblioteca

 

La persistencia de los estereotipos en la profesión bibliotecaria

Fragmento extraído del libro: Julio Alonso Arevalo. “Los libros, la lectura y los lectores a través de la literatura y las artes”. Buenos Aires : Alfagrama Ediciones, 2019 Disponible en España en Canoa Libros http://www.canoalibros.com/

«Droles de bibliothéque …: le théme de la bibliothéque dans la literature et le cinéma»..  La obra destaca como la imagen social del bibliotecario viene marcada por los estereotipos de las bibliotecas polvorientas e inhóspitas del siglo XIX, en las que aparecen bibliotecarios raros y solitarios, algo neuróticos, y en cierta manera marginados de la sociedad. Aunque como ocurre casi siempre, es mucho más rica la descripción que han hecho los autores, casi siempre hombres- de las mujeres, las cuales son a menudo «diseñadas» como un rigor exquisito y profesional con una mezcla de distancia y seducción que les proporciona un encanto especial. El libro afirma que por lo general cuando se representa a un bibliotecario en la literatura o en el cine, se ensalzan más los defectos que las virtudes. Por lo general se trata de personas hostiles, que imponen sistemas de acceso complicados para ejercer su poder sobre los lectores.

 

 

Los estereotipos de la profesión de bibliotecario: cambiar la imagen, un desafío para la incidencia política

 

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Garambois, Marie «Le métier de bibliothécaire à l’épreuve des stéréotypes : changer d’image, un enjeu pour l’advocacy» Mémoire d’étude. Lyon: Université de Lyon, 2016

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La imagen de los bibliotecarios está marcada por numerosos estereotipos, que se reflejan en las representaciones de la cultura popular. Dado que la mayoría de de ellos están fuera de lugar con respecto a las realidades de la profesión, existe un movimiento para reapropiarse de su imagen por parte de los profesionales. Cambiar esta imagen es un reto crucial para llevar a cabo una política de incidencia política. Este estudio analiza cómo se transmiten estos estereotipos. Se basa en entrevistas con profesionales y lectores frecuentes e infrecuentes, así como en el corpus de documentos de cultura popular, contenido humorístico o «offbeat» producido por bibliotecarios y campañas de comunicación institucional.

 

Dando luz a la Ciencia: guía basada en la investigación para romper los estereotipos populares sobre ciencia y científicos

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Tintori A. & Palomba R.  Turn on the light on science: A research-based guide to break down popular stereotypes about science and scientists. London: Ubiquity Press, 2017.

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Los científicos merecen reconocimiento público. Sin embargo, las formas como se perciben por parte de la sociedad, fundamentalmente limitadas a sus rasgos físicos y personales, contribuyen a establecer estereotipos positivos o negativos sobre los «científicos». Estos estereotipos van desde el arrogante investigador que quiere gobernar el mundo, hasta el investigador con bata de laboratorio del genio «loco», pero todos caen generalmente a una visión extrema de una percepción existente de lo que es un científico. Por ejemplo, la imagen popular de «un científico» pasa por alto casi exclusivamente la presencia de mujeres, a menos que se atribuyan a temas específicos y / o con descripciones de visiones estrechas. Las implicaciones pueden ser de largo alcance. Los jóvenes, influenciados por lo que ven y oyen en los medios de comunicación, pueden evitar las carreras científicas debido a estas representaciones limitadas o poco halagüeñas de la comunidad científica, sin importar si reflejan la vida real.

Basado en los hallazgos del proyecto Light’13, este libro examina tales estereotipos y cuestiona si es posible ajustar la percepción que tiene la gente de los científicos e incrementar el interés en las carreras científicas a través de una serie de acciones y eventos específicos.