Teorías conspiranoicas en tiempos de pandemias: la lucha contra la infodemia y la desinformación desde las bibliotecas

 

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Momentos como el que lamentablemente estamos viviendo son propicios para este tipo de teorías, sin embargo, a veces la verdadera conspiración está en el propio relato conspirativo, ocurre lo mismo con los avisos de virus informáticos o de supuestas alertas policiales, que circulan sin tregua de WhatsApp en WhatsApp, y son ellas en si misma las verdaderas amenazas en si mismo.

 

Históricamente, los brotes de pandemias siempre ha estado acompañado de la difusión de rumores y teorías de conspiración. En el siglo XIV, cuando la peste negra asoló Europa, nadie sabía cómo se había originado la enfermedad. Poco después, surgieron rumores infundados de que los judíos causaron el brote envenenando los pozos en un intento de controlar el mundo, y fueron sometidos a pogromos y destierros a la fuerza. Entre 1918-1920, la llamada gripe española, que fue más letal que la Primera Guerra Mundial, mató entre 25 y 50 millones de personas, entonces se llegó a afirmar que el patógeno que provoco esa pandemia había sido desarrollado por el ejército alemán para utilizarlo como arma. En los años más recientes ocurrió esto mismo con el SIDA, especulando que se había creado en un laboratorio de Estados Unidos con la intención de exterminar a los homosexuales.

Las teorías conspiranoicas se utilizan para referirse a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento, y normalmente invocan a grupos poderosos o ideológicos con intereses determinados de tipo económico, político o religioso. El término conspiración según el diccionario de la lengua española significa  «unirse contra su superior o soberano, o unirse contra un particular para hacerle daño». En relación con ello hay una expresión que se utiliza habitualmente denominada la «Navaja de Ockham», según la cual «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable», esto quiere decir que cuando existen dos teorías verosímiles sobre un tema, la explicación más sencilla es la más probable de ser la cierta; esto es así en el ámbito de la ciencia. Lo que en cierta manera nos puede servir de pauta en este complejo mundo de noticias falsas y postverdad.

En estos días nos han llegado noticias tan sorprendentes como estas: El nuevo coronavirus fue desarrollado en un laboratorio militar chino o estadounidense, y que la guerra comercial con EE.UU. podría estar en el trasfondo de la pandemia. Los albaneses son genéticamente inmunes al virus. Y que el Primer Ministro búlgaro Bojko Borissov tiene un aura mística que lo protejg de contraer el COVID-19. Y probablemente la más llamativa de todas es que el COVID-19 fue consecuencia de la implementación de la tecnología móvil 5G en la ciudad china de Wuhan, el centro de origen del brote. La impotencia y el miedo ante una situación tan critica es un terreno de cultivo favorable a la propagación de este tipo de noticias.

Esta es la lógica casi normal en un momento en que la preocupación por las consecuencias derivadas del contagio del COVID-19 es central en el mundo de las noticias, como lo es  que aparezcan, agoreros, sectas y fórmulas mágicas que curan la enfermedad. Hace unos días se dijo que darse unos vahos a 60 grados evitaba o curaba la posibilidad de contagio, cuestiones que lógica y el razonamiento nos dicen que no tienen ningún fundamento, incluso para quienes no somos científicos. La desinformación o (mis)información es tal que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha creado un sitio web dedicado a disipar las afirmaciones infundadas sobre las fórmulas mágicas para curar el coronavirus y cómo se propaga el patógeno, a las que califica como «infodemia». Incluso, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus. director jefe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha afirmado «No sólo estamos luchando contra una epidemia; estamos luchando contra una infodemia«

El problema es que en este contexto de miedo, y de noticias falsas, los consejos médicos incorrectos, engañosos o falsos pueden hacer mucho daño, y además la capacidad de propagación es tan rápida que antes de que nadie tenga la oportunidad de corregirlas. El problema es que ahora con la capacidad de difusión de los medios de comunicación social el fenómeno se amplifica como una bola de nieve. Según un informe del Washington Post que citaba otro informe inédito del US Global Engagement Center, entre enero y febrero se difundieron alrededor de 2 millones de tweets que contienen teorías de conspiración sobre el coronavirus.

Por ello diferentes medios comerciales e institucionales se han unido para combatir esta desinformación;  así Google ha creado una alerta SOS sobre COVID-19 en los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas, para asegurarse de que la primera información que reciba el público sea del sitio web de la OMS. Facebook también se unió a esta corriente eliminando aquellas noticias falsas que decían curar o tratar el coronavirus. En TikTok, el Foro Económico Mundial ofrece un breve contenido de vídeo destinado a disipar algunos mitos y a poner de manifiesto los hechos sencillos.

Aún así, la proliferación de noticias falsas será tan duradera como lo sea la pandemia. Los mensajes en línea se comparten mucho más rápidamente en los medios sociales y a través de aplicaciones de mensajería de lo que cualquier autoridad médica o sanitaria puede refutarlos. Desde las bibliotecas, como profesionales expertos en información, también podemos ofrecer algunas pautas que al menos puedan paliar el estado de desinformación que vivimos, para que las personas tomen conciencia de una serie de pautas que se deben tener en cuenta cuando alguien se encuentra con un mensaje emocional, que tenga en cuenta que antes de distribuirlo en sus redes de amigos, lo primero es comprobar la fuente, si se trata de una fuente autorizada y creíble, cerciorarse de quién es el autor, a quién va dirigido, cuál es la intencionalidad del mensaje, si existen sesgos ideológicos, si es una broma y si la fecha es actual.

Podéis encontrar más información y consejos en la etiqueta   de este mismo blog. La educación, la alfabetización mediática y la responsabilidad social deben estar en nuestra mente cuando consumimos la información o difundimos información en la era digital.

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