Remedio literario para cuando piensas que la vida no tiene sentido (biblioterapia)

Libro recomendado en: Berthoud, Ella, y Susan Elderkin. Manual de remedios literarios: cómo curarnos con libros: 98. Siruela, 2021.

En su libro The Novel Cure: An A-Z of Literary Remedies (Penguin) estas dos autoras aconsejan un libro para cada uno de los males, de la A a la Z, que puedan aquejar al lector. No se refieren a los típicos libros de autoayuda, si a la literatura como remedio curativo. 

Síndrome de abstinencia

La vida: instrucciones de uso
GEORGES PEREC

Sabemos lo que estás pensando. ¿Qué sentido tiene recetar un remedio para el absurdo de la existencia? De hecho, ¿qué sentido tiene recetar cualquier cosa para cualquier mal? Todo es absurdo e inútil, ¿no? No una vez que hayas leído la novela La vida: instrucciones de uso, de Georges Perec. El libro comienza con un bloque de pisos en París, detenido en el tiempo justo antes de las ocho de la tarde del 23 de junio de 1975, unos segundos después de la muerte de uno de los vecinos, Bartlebooth. Otro de los ocupantes, Serge Valéne, se ha embarcado en la tarea de pintar un alzado del bloque (sin la fachada) que muestre a todos los vecinos, así como sus pertenencias, con todo detalle*.

Más tarde se revela que el vecino que acaba de fallecer, Bartlebooth, un inglés muy adinerado, había diseñado un plan (absurdo) para liquidar su inmensa fortuna y mantenerse ocupado el resto de su vida. El plan de Bartlebooth consistió en recibir clases de pintura del pintor Serge Valéne y a continuación emprender un viaje de diez años alrededor del mundo en compañía de su criado Smautf (otro vecino del bloque) y pintar una acuarela cada dos semanas, con el objetivo último de pintar quinientos cuadros. Una por una, las acuarelas se enviarían a Francia, donde otro vecino del bloque, Gaspard Winckler, las convertiría en puzles pegándolas en un soporte y cortándolas. A su regreso, Bartlebooth haría los puzles y reconstruiría las escenas que él mismo había pintado. A continuación, las piezas de cada uno de los puzles terminados se volverían a unir y las acuarelas se despegarían de sus soportes para que las escenas quedaran intactas. Exactamente veinte años después de la creación de cada cuadro, estos se enviarían a los lugares en los que fueron pintados, a cada uno de esos cientos de lugares, donde un ayudante destinado allí los metería en una solución especial para quitar todo el color del papel y enviaría las hojas en blanco a Bartlebooth por correo.

Habrá quien diga que se trata de una tarea absurda. Para mayor absurdo, Bartlebooth se queda ciego a mitad del proceso, por lo que cada vez le cuesta más acabar los puzles. Y al final, cuando yace muerto sobre un puzle en el que falta poner una pieza en forma de «W» y vemos que en la mano tiene una pieza con forma de «X», es inevitable preguntarse qué sentido ha tenido todo.

Sin embargo, el viaje que nos ha traído hasta este punto de la novela ha sido riquísimo. Perec nos ha ofrecido multitud de historias, ideas y oportunidades de reírnos, y ahí es donde reside el sentido del sinsentido. El propio absurdo puede ser una fuente de grandes alegrías si dejamos de preocuparnos por el hecho de que es absurdo y nos deleitamos con la vida, las rarezas, las maravillosas nimiedades o la mera excusa para contar historias que nos ofrece ese mismo absurdo. Y ese es precisamente el sentido… o uno de sus muchos sentidos*. Pero su sentido último es que el sentido de la existencia no es otro que, a pesar de no tener sentido (a pesar de que la última pieza de tu último puzle no encaje), el viaje hasta llegar a ese hueco que no tiene la forma adecuada es fascinante y delicioso.