El día que nos enteramos de que un poeta alcanzó la presidencia de los EE UU

 

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De la noche a la mañana, un día nos enteramos de que un poeta lírico se ha alzado con la presidencia de los EE UU, en tanto que al sur, el resto de América empieza a aunarse al fin bajo el liderazgo de hierro de un dramaturgo experimental. Escindido en géneros literarios y en disciplinas humanísticas, el mundo amenaza con volver a la política de bloques y a la guerra fría, y en todos los países, salvo en aquellos donde algún gremio de letrados hubiera impuesto un régimen totalitario, surgirían partidos nunca vistos: el PC (Partido Costumbrista), la UEB (Unión de Editores de Bolsillo), la APE (Asociación de Profesores de Español), etcétera. Se provee de uniformes de campaña y armas automáticas a los bibliotecarios. Los profesores de literatura dan sus clases a punta de pistola. Por donde pasa el caballo de un crítico literario, ahí no vuelve a crecer más la hierba de la imagen. Taxistas y albañiles habrían de revalidar sus puestos de trabajo con la demostración de haber leído con aprovechamiento doscientos libros y compuesto al menos un cuento o un soneto. No se pedirían ya curriculum vitae sino curriculum retoricae. Habría depuraciones, habría delaciones («mi vecino del tercero no ha leído a Galdós ni releído a Juan Goytisolo»), habría torturas, sambenitos y capirotes, habría insignias y carnés, y un nuevo fantasma recorrería el mundo: el de la literatura. Ingenieros informáticos y teleadictos empecinados («nostálgicos del pasado, reaccionarios», en definitiva) celebrarían reuniones clandestinas para ver anuncios de televisión y jugar a los videojuegos.

 

Luis Landero «Entre líneas: el cuento o la vida»