El Bibliotecario Bibliófago

El Bibliotecario Bibliófago

Mi profesión, decía el bibliotecario bibliofago, es, en cierto modo, una contradicción. Con una mirada seria y calculada, me explicaba, con lujo de detalles, los pormenores del Real Decreto 64/1994, que modificaba el Real Decreto 111/1986, sobre el desarrollo de la Ley 16/1985, del Patrimonio Histórico Español. Su voz profunda y meticulosa desglosaba cada apartado: «El acto por el que se incoa el expediente deberá describir para su identificación el bien objeto del mismo. En caso de bienes inmuebles, deberá delimitar la zona afectada…».

Mientras yo trataba de comprender la complejidad de sus palabras legales, él, absorto en su propio ritual, arrancaba una pequeña esquina del libro que tenía sobre la mesa. Lo acariciaba como si fuera un objeto preciado, lo redondeaba con sus dedos, formando una bola diminuta que, con una delicadeza desconcertante, llevaba a sus labios. La masticaba lentamente, como si esa pequeña parte del libro tuviera algún tipo de sustancia vital. Su comportamiento era extraño, incluso para un bibliotecario, pero su pasión por los libros no conocía límites. Cada pedazo que consumía parecía darle más energía, como si se alimentara del conocimiento y la historia que estos contenían.

La escena, tan surrealista como perturbadora, me hizo reflexionar sobre el vínculo que los bibliotecarios, en su amor por los libros, pueden llegar a tener con ellos. Mientras algunos los preservan, otros, como él, parecen desear consumirlos de manera simbólica, como si, al hacerlo, pudieran apropiarse del conocimiento de una forma aún más íntima.

Relato corto de Julio Alonso Arévalo

Publicado en https://bibliotecariobibliofago.blogspot.com/

1 de noviembre de 2007