
«El bibliófilo recopila libros para tener una biblioteca. Parece obvio, pero la biblioteca no es una suma de libros, es un organismo vivo con una vida autónoma.»
UMBERTO ECO
La memoria vegetal (2021)
¿Los has leído todos?
El bibliófilo recopila libros para tener una biblioteca. Parece obvio, pero una biblioteca no es solo una suma de libros: es un organismo vivo con una vida autónoma. Una biblioteca en casa no es simplemente un lugar donde se almacenan libros; es también un espacio que los lee por nosotros. Me explico.
Creo que todos los que poseen un número considerable de libros en casa han convivido durante años con el remordimiento de no haber leído algunos. Esos libros nos han observado desde las estanterías, recordándonos nuestro pecado de omisión. Esto ocurre aún más en el caso de una biblioteca de libros raros, que a veces están escritos en latín o incluso en lenguas desconocidas. Además, un hermoso libro antiguo puede resultar, en ocasiones, aburridísimo.
Sin embargo, de vez en cuando sucede que, un día, tomamos uno de esos libros olvidados, empezamos a hojearlo y descubrimos, con sorpresa, que ya conocíamos todo su contenido. Este fenómeno singular, que muchos pueden atestiguar, tiene solo tres explicaciones razonables.
La primera es que, al haber manipulado el libro varias veces a lo largo de los años —ya sea para cambiarlo de sitio, quitarle el polvo o simplemente apartarlo para tomar otro—, algo de su sabiduría se ha transmitido a nuestro cerebro a través de la yema de los dedos, como si lo hubiéramos leído táctilmente en un alfabeto Braille. Yo soy seguidor del CICAP, el Comité Italiano para la Investigación de Afirmaciones Pseudocientíficas, y no creo en los fenómenos paranormales; pero en este caso, sí. Entre otras razones, porque no considero que el fenómeno sea paranormal: es perfectamente normal y está certificado por la experiencia cotidiana.
La segunda explicación es que no es cierto que no hayamos leído ese libro. Cada vez que lo movíamos de lugar o le quitábamos el polvo, le echábamos un vistazo. Alguna página se abría al azar, algún detalle del diseño gráfico, la textura del papel o los colores evocaban una época, un ambiente. Y así, poco a poco, hemos ido absorbiendo gran parte de su contenido.
La tercera explicación es que, con el paso de los años, hemos leído otros libros en los que se hablaba de ese mismo. Sin darnos cuenta, hemos asimilado sus ideas: ya sea porque se trata de un libro célebre, ampliamente comentado, o porque sus ideas son tan comunes que las hemos encontrado en múltiples ocasiones.
En realidad, creo que las tres explicaciones son ciertas. Todos estos elementos se combinan de manera casi milagrosa y contribuyen a hacernos familiares esas páginas que, desde un punto de vista puramente legal, nunca hemos leído.
Naturalmente, el bibliófilo —especialmente aquel que colecciona libros contemporáneos— está expuesto a la impertinencia del visitante que, al ver todas esas estanterías, exclama: «¡Cuántos libros! ¿Los has leído todos?». La experiencia nos dice que esta pregunta la hacen incluso personas con un cociente intelectual satisfactorio.
Ante tal ultraje, existen, en mi opinión, tres respuestas estándar. La primera corta en seco la conversación y es: «No he leído ninguno; si no, ¿para qué los tendría aquí?». Sin embargo, esta respuesta solo refuerza la sensación de superioridad del visitante indiscreto, y no veo por qué deberíamos hacerle semejante favor.
La segunda respuesta sitúa al importuno en una posición de inferioridad y dice así: «¡Muchos más, señor, muchísimos más!».
La tercera es una variación de la segunda y la utilizo cuando quiero dejar al visitante sumido en un asombro desconcertante. «No —le digo—, los que ya he leído están en la universidad; estos son los que debo leer para la semana que viene».
Lo que el pobre infeliz no sabe es que una biblioteca no es solo el depósito de nuestra memoria personal, donde conservamos lo que hemos leído, sino también el lugar de la memoria universal, donde, llegado el momento, podremos encontrar lo que otros leyeron antes que nosotros.
UMBERTO ECO. La memoria vegetal (Adaptación)