Una biblioteca en la naturaleza

Foto: «La biblioteca en la tierra«, proyecto situado en Chiba, a solo una hora de Tokio,

«Cómo sucede que no encuentro en el campo, en los campos y bosques, las obras ni siquiera de naturalistas y poetas afines. Aquellos que han expresado el más puro y profundo amor a la naturaleza no lo han grabado en la corteza de los árboles con los líquenes; no han dejado allí ningún recuerdo de ello; pero si quiero leer sus libros debo ir a la ciudad, -tan extraña y repulsiva tanto para ellos como para mí-, y tratar con hombres e instituciones con los que no simpatizo. Cuando acabo de estar allí con este propósito, me parece un precio demasiado alto para acceder siquiera a las obras de Homero, Chaucer o Linneo. A veces he imaginado una biblioteca, es decir, una colección de las obras de verdaderos poetas, filósofos, naturalistas, etc., depositada no en un edificio de ladrillo o mármol en una ciudad abarrotada y polvorienta, custodiada por funcionarios metódicos y de sangre fría y acosada por ratones de biblioteca, de la que uno no es propietario ni es probable que lo sea, sino más bien lejos, en las profundidades de un bosque primitivo, como las ruinas de América Central, donde se puede trazar una serie de alcobas desmoronadas, los libros más antiguos protegiendo a los más modernos de los elementos, parcialmente enterrados por la frondosidad de la naturaleza, a los que el heroico estudiante sólo podía llegar después de aventuras en el desierto entre bestias salvajes y hombres salvajes. Ese, a mi imaginación, parece un lugar más adecuado para estas interesantes reliquias, que deben no poca parte de su interés a su antigüedad, y cuya ocasión es la naturaleza, que el edificio bien conservado, con sus funcionarios bien conservados en el lado de la plaza de una ciudad. Más terribles que leones y tigres estos Cerberos.»

Henry David Thoreau, Diario (1837–1861).