Los Libros arden mal

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Berlin

Rivas, Manuel. Los Libros aren mal. MAdrid: Alfaguara, 2006

He aquí la historia dramática de la cultura. La pesadilla que vive la ciudad no es una ficción. Sí, es verdad. Están quemando las bibliotecas de los ateneos. El humo no levanta el vuelo. Es pegajoso. Huele a carne humana. Las vidas de los libros, las personas y el lenguaje se cruzan y entrelazan en un intenso relato de suspense que transcurre desde el siglo XIX hasta nuestros días, entre la atrocidad autoritaria y la indomable libertad. ‘Los libros arden mal’ es un universo poblado de voces insólitas, de memorias que retumban o murmuran de forma inolvidable, verdadera literatura donde todo está en vilo. Premio de la Crítica española, Premio de la Crítica de Galicia y Premio al Libro del Año 2006 del Gremio de Libreros de Madrid.

Extractos:

«La conciencia. Polca se sintió como un delincuente. Tenía que devolver cuanto antes aquel otro libro a la biblioteca. De esa semana no podía pasar. Cada vez que lo abría, leía con más devoción y con más culpa.»

«Era conocido que Santiago Casares tenía la mejor biblioteca privada de la ciudad. En Panadeiras 12 había dos clases de paredes superpuestas. El muro exterior y los estantes de los libros por dentro. Iniciada por su padre, le suministraban novedades algunas de las mejores librerías de Europa. Muchos de esos libros habían llegado por correo marítimo. El jefe de la quema recordaba haber leído alguna entrevista en la que Casares contaba que había marineros que le traían en mano a su padre libros prohibidos o imposibles de encontrar en España. Y que uno de los momentos más felices de su infancia era abrir los paquetes «que traía el mar». Eso lo recordaba con exactitud. También a él le eran familiares los paquetes que traía el mar.»

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Chile

«Los libros como reos, arrestados, contra la pared. De espaldas a la gente. En fila, apretujados, sin poder estirarse, en silencio mudo. Ésos aún tuvieron un poco más de suerte que éste. Pasarán los días, los meses, los años, y los libros arrestados irán desapareciendo. Una mano descuidada. Un zarpa decidida. Libro a libro, el despiece de la biblioteca, lo que no ardió, en la sede de la Justicia. No sólo los libros, sino que también serán arrancados los estantes de madera labrada que los sostienen. Se llevaron o destruyeron las colecciones del amador de la ciencia, del curioso naturalista. Las lentes, los aparatos de medir, los instrumentos de ver lo invisible.»

«Ya se huele. Dicen que tienen a Huici, el inventor del chaleco de colores, en el cuartel de Falange. Pero lo que he oído decir es que esta noche van a por la mujer del último gobernador republicano. Van a por la bibliotecaria Juana Capdevielle. A él lo fusilaron el 25 de julio y a ella ya le han mandado también las moscas de la muerte. A la bibliotecaria irán a matarla de madrugada.»

«Había mucha limpieza que hacer. plaza de María Pita. Y otro tanto en la  Muchos libros quemados. Algo habíamos oído nosotros de que andaban quemando libros en la orilla del mar. Ya habían hecho alguna que otra quema en los primeros días del golpe. Pero esto era diferente. Bibliotecas enteras ahí quemadas.»

«También iban a visitar a una hija de Rosalía de Castro, la única descendiente viva, llamada Gala. Rosalía había nacido de padres desconocidos, eso decía su partida de bautismo, aunque era sabido que su padre era un sacerdote. Se casó con el bibliotecario e historiador Manuel Murguía y tuvieron cinco hijos».

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España

«Allí mismo, en la Dársena, donde los militares mataron a tiros a aquella ballena a la que el pueblo aplaudía en los momentos más duros de la guerra, allí mismo, dos años antes tuvo lugar la quema de libros de los ateneos y bibliotecas populares, cuando empezó la nueva dictadura. Eso sí que lo recordaba. Volvía su recuerdo con un olor a humo viejo, encuadernado.

La primera vez que entré en Germinal, Holando me dijo que para pedir un libro tenía que dirigirme a Minerva. ¿Minerva? Sí, la bibliotecaria. A veces andaba con esas fantasías líricas para esconder la timidez. Ésa es Afrodita, esa otra Atenea. Y acababan riéndose de mí, que si me faltaba un hervor, etcétera.»

«Y ella, Minerva, la bibliotecaria a la que Holando llamaba Minerva, me dijo muy seria que había uno titulado Hipnotismo y magnetismo animal y yo le conté la historia del pato. Se acercó en varias ocasiones a la biblioteca de Germinal con la intención de devolverlo, pero al llegar a la puerta veía a Minerva y no era capaz de entrar por la culpa y la vergüenza. Y lo que él no sabía era el daño que me hacía andar removiendo las cenizas, por temor de que apareciese algo. A veces sueño que la biblioteca está abierta. Que voy a devolverlo y Minerva me dice: Pues ahora, como castigo, tienes que leerte todos los tomos. Y tengo que leerme todos los tomos, y me da tiempo porque no hubo guerra.»

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España. Guerra Civil

«Ardieron montones de libros. Bibliotecas enteras. Las mejores. Las de los ateneos. La de Germinal. La de Casares Quiroga. ¿Usted oiría hablar del señor Casares? Incluso quisieron arrancar la hoja de su nacimiento del registro civil. A muchas personas les pasó lo que al libro del escudo. Que las borraron. Era como estar en la boca del infierno. La biblioteca de Germinal ardió entera. Era muy buena, la de Germinal. Porque había cosas de mucha cultura, pero también prácticas.»

«En la Dársena y en la plaza de María Pita. Muchos libros acarrearon para quemar. Las hogueras ardieron durante dos días entero. Eso fue en verano. El mes de agosto. El 19 de agosto. Hay cosas que no se olvidan. Aún me temblequea el cuerpo con aquel demonio de camión, aún me parece que no se me ha pasado del todo aquel castañetear de dientes. Estaba el suelo cubierto de cenizas, pero también había unos cuantos a medio quemar.»

7 comentarios en “Los Libros arden mal

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